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domingo, 15 de mayo de 2016


Ernst Oertl


Sobrevivió en las frías aguas del Mediterráneo con la única ayuda de su chaleco salvavidas, durante dos interminables días, con sus dos terribles y oscuras noches. Y eso sólo es una pequeña parte de la historia. Encima tenía varios fragmentos de metralla alojados en la espalda y hombro. De hecho, si hoy en día alguien se atreviese a intentar algo semejante, probablemente acabaría en el fondo del mar convertido en comida para peces. Pero hablamos del Matrosengefreiter Ernst Oertl. 
  Él fue unos de los nueve supervivientes del hundimiento del sumergible alemán U-755. Y en junio de 1943 regresó a la Alemania nazi cuando ya era un clamoroso rumor que Adolf Hitler comenzaba a perder la guerra. Oertl sobrevivió a eso también. Luego llegó la vida civil. Una vida que se atascó en un mar de remordimientos por haber sobrevivido a sus compañeros. 

  Fueron pasando los años mientras Oertl arrastraba su pesada carga, perpetuamente indeciso entre callar o sacar lo que llevaba dentro. Sin querer recordar todo el horror de aquel día. No lo logró hasta que en el año 2003 falleció su esposa y en los años siguientes él se acabó uniendo aún más a su hija Doris. Ocurrió en las Navidades de 2011, cuando ella, a la desesperada y con lágrimas en los ojos, le instó a hacerlo, a compartir los viejos fantasmas que llevaba dentro. Entonces, todo fluyó. 
  Luego Ernst le confesaría que en realidad llevaba tiempo deseando hacerlo, que no quería morir llevándose aquellos recuerdos con él. Sólo necesitaba la voz firme de Doris. Aquel primer día de relatos comenzó con una atropellada mezcolanza de recuerdos sin sentido, y ella se puso nerviosa y no dio pie con bola. Hasta que por fin tomó papel y lápiz y comenzó a escribir. Primero en forma de apuntes con letra muy menuda en un pequeño cuaderno. Según fueron pasando los días y los meses, la historia de Ernst Oertl fue llenando páginas y más páginas. En ese proceso, las palabras sueltas fueron convirtiéndose en frases. Los esbozos fueron cobrando sentido, y se añadieron recuerdos hasta entonces enterrados. Los apuntes sobre trozos sueltos de papel fueron encontrando su sitio en el lugar que les correspondía. Hasta que un día los dos decidieron que ya era suficiente. 

  A partir de febrero de 2012 Doris pasó el cuaderno a limpio en el ordenador. Surgieron así doce emotivas páginas con apenas un poco de separación entre líneas. Años después los recuerdos de Ernst han llegado hasta mí, y he considerado que los textos van más allá de las vivencias personales de un hombre, y que representan el humilde documento de un hombre que formó parte de una época.
  Setenta años después de que su padre viviera aquel horror, Doris Eberlein ha puesto orden en aquel rompecabezas construido de recuerdos, y cómo no, en las emociones de su padre. Al menos en lo que respecta al sentimiento de culpa. Porque, cuando comenzamos a leer, rápidamente se detectan frases que encierran sentimientos encontrados, como la felicidad de haber sobrevivido y el horror de saber que casi todos sus compañeros no habían tenido tanta suerte.


Ernst Oertl. 
Esta es su historia. La historia de un superviviente:


  El 27 de mayo de 1943 el sumergible alemán U 755 fue hundido en el Mediterráneo, al noroeste de la isla de Mallorca, por los misiles y ametralladoras de un avión Hudson M (F / S G.A.K. Ogilvie) de Br. Sqdn. 608. El U-Boot se hundió lentamente y la tripulación pudo abandonar el barco, a excepción de un hombre.
47 hombres de la tripulación se lanzaron al agua, incluyendo el comandante. Pero sólo 9 de ellos lograrían sobrevivir y serían rescatados por el destructor español "Velasco", después de 32 horas de permanencia en el agua.
Uno de esos 9 supervivientes fue mi padre: Ernst Oertl. Aún hoy sus manos tiemblan cuando lo recuerda, desde las primeras frases.
Estas son sus memorias, que yo actualmente escribo:


T 755
PUESTA EN MARCHA, AGOSTO DE 1942

La tripulación del U-755 al completo

Nuestro submarino (T 755) llegó a Hamburgo desde Wilhelmshaven, a través del Canal de Kaiser Wilhelm de Kiel, en la isla de Hela. Allí realizamos muchas pruebas de conducción durante varias semanas. Luego viajamos hasta Kiel - Eckenforde, donde practicamos tiro de torpedos. Finalmente nos dirigimos al estrecho de Kattegat, en Noruega, y visitamos los puertos de Kristiansand y Stavanger.

De izquierda a derecha: Ernst Oertl, August Giltrop y Fritz Bögner

Transcurrido algún tiempo, navegamos con rumbo oeste hasta Bergen. Entonces recibimos la orden de bordear la costa este de Inglaterra transportando lo que nosotros creíamos que era una estación meteorológica. También podría haber sido otra cosa. Pero era un secreto y nunca lo supimos. 
Después de esta acción seguimos navegando alrededor de Inglaterra hasta llegar a Brest, en Francia. Una vez allí cargamos provisiones y torpedos, y nuestro barco fue inspeccionado en busca de defectos. Cuatro semanas después iniciábamos una patrulla por el Atlántico Norte.
  En agosto de 1942 dedicamos nueve semanas a perseguir a un convoy británico que iba de Inglaterra a América. Luego regresamos tras la pista de otro convoy que viajaba desde América a Inglaterra, todo ello sin disparar ni un solo torpedo.
Pero lo que vino después fue un infierno para nosotros.
  Fuimos descubiertos por un grupo de destructores británicos que ya no nos dejaron en paz. Tuvimos que permanecer a mucha profundidad, a la espera, y nuestro oxígeno comenzó a escasear. Por lo tanto, nuestro comandante dio una orden: 
«inyectar aire en tubo 6.» 
Supongo que las burbujas de aire llegaron a la superficie y los barcos nos dieron por hundidos. Esa fue nuestra salvación. Después navegamos bajo el agua con rumbo sur hasta una distancia que consideramos segura, y salimos a la superficie. ¡Aire, por fin! Eso fue el 24/09/1942 (era mi cumpleaños).

Cuatro días más tarde, el 28 o 09/29/42, llegaba la orden: 
«regresar a Brest.»


T 755 
NUEVO COMANDO Y HUNDIMIENTO

En Brest tuvimos varias semanas libres. Luego vino la orden: 
«el barco estaba listo»
Nos reabastecimos de combustible, alimentos, agua y nos mandaron dirigirnos hacia el Sur. Así continuamos durante unos días hasta que el comandante anunció que habíamos recibido nuevas órdenes:
«dirigirse a Gibraltar, sumergirse a 80 metros de profundidad y cruzar el canal en inmersión para evitar la vigilancia de los británicos. Cuidado con las fuertes corrientes del lugar» 

   Al día siguiente subimos a la superficie, para distinguir una luz en las costas de africa. Eran unos grandes fuegos artificiales, por lo que creímos que la guerra había terminado. Pero a través de la radio pudimos comprobar que no era nada de eso. Quedamos abatidos.Tras recargar las baterías regresamos al fondo del mar y navegamos hacia las islas Baleares, donde nos reabastecieron de combustible, luego tomamos rumbo Sur. Volvíamos a África. Pero a media tarde nos obligaron a cambiar nuevamente de curso: 
«Dirigirse a La Spezia»

  Durante el viaje nos enteramos de que otros seis submarinos habían intentado atravesar el canal junto a nosotros la noche anterior, pero sólo lo conseguimos tres. En La Spezia nos alojaron en un cuartel durante varias semanas mientras nuestro submarino era vigilado por la policía del puerto italiano. Nuestro primer descanso... ¡Navidad y mucho vino! 
  Pasamos aquellos días en Florencia con familias italianas que nos había invitado. En año nuevo nos dejaron ir a casa y aproveché para casarme con mi novia. Para el 12.01.1943 todos estábamos de vuelta en La Spezia, y de allí partimos hacia la Francia ocupada. Nuestro destino: la base de submarinos de Toulon.

Bernhard Adeneuer y Ernst Oertl

Pasamos varias semanas en la bella ciudad hasta que recibimos órdenes de comenzar una nueva patrulla. Esta vez estuvimos durante 14 peligrosos días en el mar en los que no podíamos permanecer mucho tiempo en superficie debido a los contínuos ataques aéreos. En esos días llegó la que sería nuestra cuarta y fatídica última patrulla de la guerra, en la que conseguimos hundir un crucero, y un buque cisterna y de municiones. 



Pero entonces comenzó la tragedia: fuimos sorprendidos por el ataque de un Hudson MkV del 500 escuadrón de la R.A.F. que nos lanzó una pequeña bomba. La explosión causó la rotura de varios tirantes y había desplazado una sección del casco de presión, proyectando restos de metal en todas direcciones. Yo fui herido por varias esquirlas que nunca me fueron extraídas. Las radiografías que me hicieron 67 años después, en noviembre de 2010, mostraban todavía varios fragmentos de metal en mi espalda y la punta de un proyectil en el hombro.



Lockheed Hudson Mk VI
de la RAF



El casco de presión del sumergible había sufrido el impacto directo por debajo de la línea de flotación, por lo que el agua entraba estrepitosamente por las juntas del escape de uno de los diésel. 
  Las bombas de achique cumplían su función, manteniendo la inundación a raya, mientras con un soplete se intentaba taponar la vía. Los hombres pasaron la noche intentando reparar la entrada de agua, pero fue imposible. Como resultado de aquello el barco era incapaz de realizar una inmersión en condiciones seguras. 
  Por la radio se nos instruyó para regresar a Toulon, y recuerdo que nuestro comandante y el timonel discutieron la dirección a tomar para regresar a casa. Al final se decidió navegar entre la costa española y las islas Baleares creyendo que los británicos no se atreverían a adentrarse tanto en las aguas de un país neutral.


Transcurrieron un par de horas navegando en superficie, cuando de pronto apareció un avión británico por el lado del sol y nos lanzó una bomba. Milagrosamente no explotó. Pero el artefacto había perforado el casco y en ese momento comenzó la inundación. Las bombas de sentina ya no achicaban suficiente agua.


El U-755 herido de muerte

Luego vinieron los gritos: 
«ponganse los chalecos salvavidas y todos los hombres al agua» 
Eran las 14:00 horas del 28 de mayo de 1943.


El U-755 levantando la proa al cielo.
Parte de la tripulación ya está en el agua.

Recuerdo que antes de salir quise recoger una caja de chocolate que tenía en mi litera, pero no la pude encontrar debido a la excitación del momento. Mientras saltábamos al mar las ametralladoras del avión barrieron la cubierta matando a varios hombres. A mí me hirió en el hombro.
  Cuando ya estábamos los 47 hombres en el agua gritamos varios hurras por nuestra embarcación. La proa permaneció un instante en posición vertical, y luego se hundió.


El sumergible ya ha desaparecido de la superficie
y la tripulación se encuentra en el agua.

El comandante dio la orden de nadar hacia el este, en dirección a Mallorca. Los hombres en mejor estado nadaban en el primer grupo, mientras los más débiles intentaban no perder el ritmo. Sobre las 14:30, los hombres heridos gritaban pidiendo ayuda. Yo les escuchaba, a lo lejos, pero haciendo frente a la sensación de culpa, continuaba adelante. Sabía que si volvía atrás, malgastaría las pocas fuerzas que me quedaban, y estaría muerto. A lo lejos distinguimos varias columnas de humo que se elevaban en el horizonte. Debían estar buscándonos.




Al llegar la noche, sólo quedábamos veinte. La temperatura del agua era de 16º y el frio paralizaba los cuerpos llevándolos a la muerte.
  Recuerdo que divisamos a dos Junkers Ju 88. Sin embargo, nuestros aviones volaban muy lejos de nosotros, y no nos veían.



Permanecimos treinta y dos terroríficas horas en el agua, hasta que el crucero español Velasco apareció para rescatarnos. El comandante español (con un intérprete) nos mostró en un mapa el punto exacto donde se había hundido nuestro barco. Cuando llegamos al lugar, todavía estuvimos tratado de encontrar a algún superviviente más, hasta que veinticuatro horas más tarde recibimos un mensaje por radio: 

«cancelar la búsqueda y dirigirse a Valencia.» Sólo quedábamos nueve hombres.




En Valencia nos hospedaron en casa de un frutero que resultó ser de Munich. Pasamos catorce días maravillosos. Luego nos llevaron en coche a Madrid, y ocho días después recibimos pasaportes falsos y un billete de Madrid a Berlín.
  En Berlín nos recogieron en el aeropuerto y nos trasladaron directamente a la oficina del Gran Almirante Karl Dönitz. Nos condujeron inmediatamente a su despacho. Recuerdo que su ayudante nos invitó a entrar y sentarnos, y se disculpó alegando que nuestro Almirante estaba en un viaje de negocios. Nosotros estábamos temblando de miedo.
  Aquel hombre se presentó a nosotros, pero ya no recuerdo su nombre, aunque sí recuerdo que tenía el grado de Teniente Coronel. Al principio se interesó por nuestro estado y luego comenzó el largo interrogatorio de dos horas. Ni siquiera nos dieron un día libre para ver a nuestras familias. Aquel mismo día recibí la orden de marchar a Neustadt y un nuevo uniforme. 

  En la Escuela de Submarinos de Neustadt me presenté a mi nuevo superior, que resultó ser mi anterior jefe de sección Robert Lai. Aún le puedo ver, alargando la mano  y dándome un apretó enérgico, amistoso. Bromeando, el sargento nos hizo muchas preguntas, entre otras por qué llegábamos todos vestidos de civil. También recuerdo que me dijo: "Ven esta noche a cenar a mi casa. Esto no es una orden, sino una petición". Pasé una agradable velada en compañía de su familia. Lai era un gran hombre, y consiguió que al día siguiente nos dieron un pase de licencia por catorce días. En mi casa fingí que no había pasado nada. No fui capaz de compartir lo ocurrido en el Mediterráneo. Cuando nadie me veía pasaba las horas llorando. Al volver a Neustadt, mi sargento dijo: 

"Aquí tiene sus nuevas órdenes de marcha. En una hora, sale el tren, y no lo pierda ". 

Mi segundo barco fue el U 992, al mando del Kapitänleutnant Hans Falke. Me fue muy difícil intimar con mis nuevos compañeros. Algunos decían que era preferible no hacer amistad con nadie, porque en caso de ocurrir una desgracia era mucho más fácil de llevar. Después de 2 o 3 semanas de maniobras zarpamos hacia Kiel. 
  Allí estuvimos ocho semanas de instrucción durante las cuales el comandante Falke me propuso que ingresara en la Escuela de Sargentos, pero me ocurrió lo mejor que le puede suceder a alguien en mi situación: el dolor de espalda por las heridas recibidas durante el hundimiento del U-755 empeoró, y conseguí que antes me enviaran al hospital. Aquel día me despedí de mis compañeros. Recuerdo que la mayoría de ellos estaban en el patio y les estreché la mano. A alguno se le saltaron las lágrimas. Luego me subí en un camión de transporte rumbo al hospital. Allí me tomaron radiografías y finalmente quedé ingresado. 
  El 30 de marzo de 1944 el U-992 zarpaba desde Kiel con dirección a la base noruega de Kristiansand sin mí. Es bastante posible que aquellas heridas me salvaran la vida.

Me pasé los meses siguientes hospitalizado mientras los médicos discutían entre ellos si sacarme la metralla o dejarla donde estaba; hasta que, casi sin darme cuenta, llegó el año 45. Y la guerra llegó sobre Kiel. 
  Al principio era como un retumbar lejano, que poco a poco acabó convertido en un redoble constante. De vez en cuando había horas de un silencio inquietante, y luego, volvía el sonido de los cañones. Un jueves el matasanos firmó mi hoja de curación y me anunció que en unos días debía presentarme a mis superiores, pero la guerra estaba próxima a su fin y aquel mismo día llegaron los ingleses. Registraron todo el hospital y detuvieron a todos los que estábamos en condiciones de andar.
  Me llevaron a un campo de prisioneros en Neumünster. Allí nos apilábamos alrededor de 3.000 soldados. No había casi nada que comer, y sí muchas enfermedades. Cada día moría alguien. A los oficiales los trataban a cuerpo de rey, pero a los demás nos amenazaban y nos sometían a multitud de interrogatorios. Más tarde las condiciones mejoraron. Llegué a conocer bien a algunos de aquellos británicos, gente encantadora y amigable. Ellos también habían sufrido durante la guerra.
  Durante mi primera semana de permanencia fui destinado a los trabajos de mantenimiento propios de un campo de aquel tipo, y con el paso del tiempo me dieron a elegir entre ser enviado a trabajar a la cuenca del Ruhr o al ferrocarril en Hannover. Yo les dije a mis compañeros que por nada en el mundo pensaba entrar en una mina de carbón. Así que acabé accediendo a ir a Hannover. Uno de mis compañeros se unió a mí, pero acabé perdiendo el contacto con él.     Nos alojaron en una mugrienta buhardilla cerca de la estación, pero por lo menos comíamos mejor que en Neumünster. No nos vigilaba nadie, pero nos habían quitado los papeles, y sin ellos no podíamos ir muy lejos sin correr el riesgo de ser detenidos. Trabajábamos en el andén, retirando los escombros de los bombardeos y limpiando los urinarios. El país parecía haberse detenido. La radio estuvo cuatro días muda.

Fueron pasando los meses mientras esperaba que los papeles de mi baja en la marina llegaran a Hannover, pero la organización era caótica y el país estaba patas arriba. Lo que me daba fuerzas era un 
único pensamiento: quería volver al lado de mi familia.
Al final, un buen día fui puesto en libertad. Nos dieron un poco de dinero, ropa y algunas otras cosas. Y no pude esperar para marchar hacia la estación de Hannover donde quise comprar un billete hasta 
Kassel. Y allí estaba yo, en aquella estación derruida por los bombardeos con mi raído uniforme de la Kriegsmarine. 
  Había una corriente continua de gente entrando y saliendo; y los soldados británicos pedían los papeles a todo el mundo. Yo quería pasar al lado americano y sabía que allí estaba la propia frontera entre la zona la británica y la americana. Sin embargo la mujer del mostrador me dijo que yo era un soldado y no necesitaba un boleto. Me acomodé en un departamento de un vagón reservado al ejército alemán, y al poco rato una patrulla me pidió la documentación.
  El tren me llevó a Schirnding, donde estaba la terminal del ferrocarril. Mis abuelos vivían allí. Aún recuerdo aquella mañana, cuando llamé a su puerta. Nos abrazamos y estuvimos llorando durante varios minutos. Todo estaba destruido y casi todos mis amigos habían muerto. Finalmente entré en casa y le dije a mi abuela: "Por favor, arranque los botones del uniforme y cosa otros." Era hacia finales de octubre 1945.


Ernst Oertl

Aquellos sucesos dejaron un marca muy profunda en mi ser, una señal que ya no me abandonará y que ha influido en mi vida. Aun hoy, después de 67 años, mis pensamientos vuelven a menudo hasta allí, a aquel mar donde murieron mi juventud, mis esperanzas y mis camaradas. Ahora soy viejo y débil, y aunque, al contrario que mis compañeros, yo conseguí volver a casa “Ese dolor me tortura hoy casi más que por entonces”. 

Fin



—Anexo.

Gracias al foro "uboat.net", el 12 de diciembre de 2010, Doris Eberlein entró en contacto con Jim Morrow. 
  Su padre era Vic Morrow, y aquel fatídico 28 de mayo de 1943 él manejaba una del las cámaras que, desde el Hudson, tomó las fotografías del instante del hundimiento del U-755. 
  En diciembre de 2011 Vic cumplía 93 años y se había pasado la vida recordando a aquellos hombres en el agua, y pensando con tristeza en lo que habría sido de ellos. Después de casi 70 años se alegró mucho de que alguien sobreviviera a aquel día. Actualmente vive en un lugar llamado Rosetta, en Ontario, Canadá; y sorprendentemente y gracias a él, el 7 de julio de 2012, Doris pudo localizar también a Andy, hijo del teniente de vuelo G.A.K. Ogilvie, el piloto del Hudson que hundió el submarino. Andy vive en Tailandia. 



El 5 de octubre de 2012, Ernst Oertl quedó pacíficamente dormido para siempre. 
Tenía 90 años de edad.








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